María Fernández García, 2º E
Llevaba toda la semana oyendo esa historia, esa leyenda,
hasta que el sábado por fin fuimos a la casa embrujada de la que todos
hablaban. Por fuera parecía una casa sin dueño, normal y corriente; yo pensé
que sería una de esas fiestas de Halloween en las que gritas sin conocimiento,
pero no, nosotras entramos y no había ningún esqueleto ni nada parecido.
Éramos ocho e íbamos todas juntas por el salón cuando:
- ¡Falta Lucía! - gritó Lara.
- ¡Oh, no! - contestó Paula.
- ¡Lucía! ¡Lucía! ¡Lucía! - empezamos a gritar todas.
Mientras la estábamos buscando oímos un ruido, ninguna de
nosotras tenía la suficiente valentía como para acercarse hacia donde oímos ese
extraño sonido. En ese instante se hundió el suelo bajo nuestros pies y caímos
al sótano. En él no había ninguna escalera ni nada parecido para subir cuando,
de repente, vimos todo el suelo lleno de... ¡RATAS!
Empezamos a chillar y justo en ese momento vimos a Lucía.
Nos dijo que se había ido al baño de la pastelería de enfrente y, por suerte,
nos ayudó a salir. Ya fuera del sótano, vimos que la casa estaba llena de
termitas (por las que nos caímos al sótano), arañas, ratas, sapos, etc.
Y todas gritamos al unísono:
- ¡Cuánto bicho!
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